En
1990, el Papa Juan
Pablo II asombró
al mundo proclamando que “los
animales poseen un alma y los seres humanos deben amar y sentirse
solidarios con nuestros hermanos menores”.
Aseguró incluso que todos los animales son “fruto de la acción
creadora del Espíritu Santo y merecen respeto” pues están “tan
cerca de Dios como lo están los humanos”. Conmociono con sus
palabras, quizá porque han descubierto que frente a tantos
desalmados con dos patas, nuestros amigos supuestamente irracionales
son mucho más caritativos porque aman incondicionalmente.
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